jueves, 20 de noviembre de 2008


Decidí dejar de hablar de Juventud, se lo merece, pues nada puede llegar a su nivel de falsedad. Ha estado con toda criatura nacida y con ninguna se quedó. A quienes acompaña hoy, más temprano que tarde los dejará irremediablemente. Siempre lo ha hecho así, desde la comisión del pecado original en el paraíso. Mas, como ya sabemos, Dios no deja cabos sueltos ni vacíos que no podamos llenar, así que dispuso que tras la partida de Juventud con su innegable belleza y sus veleidades, llegue Madurez -creatura fiel a toda prueba- para hacernos compañía permanentemente, lo que la hace merecedora de todas las pleitesías, de todos los tributos, de todas las ponderaciones y de que -esto es lo más importante- la disfrutemos con verdadera pasión.

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