Dios
nunca está ausente. Pero permite que lo olviden, que lo nieguen (hasta toleró
que en su propia carne lo azotaran y crucificaran) porque nos dio libre
albedrío, y Él respeta su palabra. Sabe que no somos perfectos y perdona todas
las ofensas al alma arrepentida de pecar, porque su amor es eterno como su
omnipresencia espiritual.
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