No
puedo añadir ni mucho menos quitar nada a la dimensión divina, pero puedo aceptarla
como infinita para mi beneficio o percibirla pequeña e ignorarla para mi
perjuicio. Validar o descartar lo infinito es decidir mi suerte en el tránsito
terreno, es justificar el libre albedrío, base del raciocinio humano y
privilegio otorgado por el Padre para que cada quien asuma la responsabilidad
de demarcarse como individuo. Gracias, Jesús, por entregarme la reflexión.
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