Amar
a quienes nos dan amor -nuestros padres, hijos, pareja, hermanos, familiares y
amistades- es algo natural y fácil que agrada al Padre. Pero para que Él se sienta satisfecho,
complacido, nuestro amor debe abarcar hasta a quienes nos ofenden. Todo ha de
ser amado, excepto la perversidad.
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