Aunque
podemos percibirla en aquellos que la proyectan desde su alma, y hasta
disfrutarla brevemente, la alegría divina no crece, no se afianza dentro de
cada uno cuando llega desde fuera sino cuando la liberamos, cuando le
permitimos salir de nuestro interior. Esto porque con el Padre las cosas
funcionan "al revés" y sólo dando es como recibimos.
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