El
Padre es infalible. No iba a cometer el error de enviarnos a la tierra sin
plantar la simiente del amor justo en el centro de nuestro ser, donde sólo Él y
nuestro pensamiento pueden entrar, para que nadie pueda impedir que de ahí
brote como árbol esplendoroso que da frutos toda su vida. Porque “más
bienaventurado es dar que recibir”, Hechos 20:35, nos dotó para dar y en la
medida que damos recibimos. “Dad, y os será dado”, Lucas 6:38.
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