Reconocer
con entusiasmo el talento de los demás es la fórmula única para el disfrute
libérrimo de todo lo maravilloso que nos aportan nuestros congéneres. No
hacerlo es encerrarse en el limitado talento propio, y los encierros permanentes
-incluso los amorosos- no son buenos. Gracias en el nombre de Jesús, Padre, por
la elaboración del concepto.
miércoles, 24 de abril de 2013
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